Por Pablo Rueda
“Debemos
cruzar el río tanteando las piedras”
摸着石头过河
(Deng Xiaoping)
Entre
el siglo X y el siglo XV, China era la economía más avanzada del mundo en
términos de ingreso por persona, superando a Europa incluso en avances
tecnológicos. En el año 1820, la población de China representaba el 36% de la
población mundial, y su PBI se acercaba a un tercio del PBI mundial.[1] Al igual que el caso argentino, existe un
pasado chino que generó una fuerte demanda en su pueblo de no conformarse con
los estándares de vida impuestos durante los tiempos de pobreza.
La
década del setenta del siglo pasado, fue la década de la crisis mundial del
petróleo, de las altas tasas de inflación en la mayoría de los países, del
agotamiento de los modelos de sustitución de importaciones, de los movimientos
revolucionarios en Latinoamérica, sin mencionar la guerra fría y los peligros
de la guerra nuclear arrastrados desde décadas anteriores. También fue una
década de gobernantes que cambiaron el curso de la historia como Anwar el-Sadat
en Egipto, Mitterand en Francia, Juan Pablo II en el Vaticano y Deng Xiaoping
en China.
A
principios de la década del setenta, China era un país en vías de desarrollo,
experimentando más de tres décadas de un modelo económico de planificación
centralizada, aislamiento del mundo y monopolio estatal de los medios de
producción. Había terminado la
revolución cultural, dejando estragos en la economía y ánimo de los chinos. Si
bien todavía existía mucha resistencia, particularmente en las altas esferas
del poder, nuevas ideas de cambiar las reglas de juego y abrir la economía al
capital extranjero, comenzaron a resonar especialmente en la voz de Deng
Xiaoping, quien luego se convertiría en el principal líder del nuevo modelo
económico, y de los cambios políticos y sociales asociados a ese modelo.
Hubo
un argentino que tuvo el privilegio de experimentar en forma directa estos
cambios en China. Su experiencia es
única, ya que incluye una reunión con el mismo Deng Xiaoping, y además, porque
permite contrastar la situación de China en aquella época, con la situación de
la Argentina en aquél mismo momento.
En
mayo de 1978, el Dr. José Alfredo Martínez de Hoz, viajó a China como ministro
de economía argentino junto con su comitiva. Martínez de Hoz describe dicha
experiencia en el capítulo “Con Estilo Chino” de su libro Más Alla de los Mitos.[2]
A
continuación, algunos extractos de su libro que nos aproximan a la China de la
década del setenta, y su comparación con la situación argentina en aquel
momento:
“Los
rubros de mayor interés para el comercio con China eran, en primer lugar, los
correspondientes a productos alimenticios … La soja,
en esa época, apenas comenzaba a sembrarse … Nuestro país se perfilaba para
poder hacer un aporte tecnológico a la modernización tanto de la explotación
agrícola como de la producción industrial China” (el resaltado
me pertenece).[3]
Al
aterrizar en Beijing, Martínez de Hoz describe su primera mirada de China en su
viaje del aeropuerto a la ciudad: “… El viaje hacia la ciudad duró casi una
hora, a lo largo de 40 kilómetros de un camino bastante ancho que atravesaba
panoramas bien distintos, con zonas agrícolas y forestales y, después, barrios
de monobloques desabridos color arena. Al llegar a la ciudad, con 3.000 años de
historia y 300 como capital de China, vimos el típico enjambre de bicicletas
tripuladas por trabajadores con uniforme de tipo Mao azul, con cuello y gorra.
… A medida que nos acercábamos al centro, vi que las avenidas eran más
anchas, impresión aumentada porque estaban vacías, sin otro tránsito de
automóviles que el de nuestra comitiva.”[4]
(el resaltado me pertenece).
De
su reunión con Deng Xiaoping cuenta: “Deng era una persona de baja estatura
-alrededor de 1,50, de frente amplia y pelo negro sin canas, a pesar de sus 76
años. … Sus primeras palabras consistieron en una cordial recepción y el
reconocimiento de su impresión por la recuperación económica de la Argentina,
por el aumento de nuestras exportaciones y el incremento de nuestras reservas,
que habían alcanzado a 6.000 millones de dólares, en aquel momento un monto
equivalente al total de las exportaciones chinas. Nos felicitó por haber
conseguido resultados tan rápidos en dos años”. … En cierto momento,
Deng se inclinó hacia mí y me dijo que iba a encontrar en China un estado de
gran atraso económico y que él estaba muy interesado en que yo me interiorizara
en la mayor medida posible para poder ofrecerles consejos apoyados en la
experiencia de nuestra gestión en Argentina. Insistió mucho en que uno de los
dos principales problemas de China era el de las empresas del Estado -que
sumaban todas las del país- y subrayó su ineficiencia, sus pérdidas y su
incapacidad de mejorar el nivel de vida de la población. De ahí su
convencimiento sobre la necesidad de la apertura económica para acelerar el
proceso de modernización. No tenía sentido que, por un equivocado orgullo
nacional de desarrollar su propia tecnología, se perdiese tiempo, cuando esa
tecnología ya existía en otras partes del mundo y podía adquirirse con la
capacidad de pago que procedería del aumento en su comercio exterior. Alcanzado
cierto nivel, sólo entonces podrían pensar en desarrollar su propia tecnología.
Era interesante comprobar la lucidez de Deng, que rompía con los rígidos moldes
anteriores y acusaba a la economía cerrada por el estancamiento tecnológico. Le
respondí comprometiendo nuestra más amplia cooperación en materia de aporte
tecnológico, tanto agropecuario como industrial. … Pondríamos a disposición
todos los adelantos logrados en materia de semillas y cría de ganado, como la
inseminación. … Al despedirme, Deng dijo textualmente: ´Sabemos que la
Argentina está hoy en mejores condiciones generales que China´ … .”[5]
(los resaltados me pertenecen).
Todo
el camino desde la China de la década del setenta hasta la China de hoy, que
desde el presente podría verse fácil, estuvo plagado de riesgos, de algunos
retrocesos, y más de una crisis. Fue una historia de grandes desafíos y un
ejemplo de la posibilidad de un pueblo y una clase política de reinventarse,
corriéndose de un destino que muy probablemente hubiese resultado en la
consolidación de una pobreza generalizada.
Al
tiempo de la muerte de Mao en 1976, China había logrado la tan anhelada unidad,
pero permanecía sumida en una generalizada pobreza, que difícilmente el pueblo
chino hubiese soportado por mucho tiempo más, máxime cuando ya podían observar
cómo vivían sus compatriotas en Hong Kong, Taiwán o Singapur. Era necesario un cambio que permita al
Partido Comunista Chino relegitimarse después del fracaso y del daño causado
por la revolución cultural.[6] El ingreso per cápita en aquellos tiempos era
de tan solo 165 dólares al año, y centenares de millones de personas vivían
bajo la línea de pobreza. Para retener el “mandato del cielo” era
necesario cumplir con la demanda del pueblo de mejorar sus condiciones de vida.
Y si esas expectativas no eran cumplidas, el mandato podría romperse con serio
riesgo de inestabilidad política y discontinuidad del régimen.
Fue
en diciembre de 1978, durante la Tercera Sesión Plenaria del Partido Comunista
Chino, que Deng Xiaoping pudo alinear al partido en un nuevo modelo de “socialismo
con características chinas”. Este
nuevo modelo implicaba sustanciales cambios en lo económico, pero también en lo
político, educacional, innovación tecnológica y relaciones exteriores. En lo político fue muy interesante la transformación
dentro del partido hacia un régimen de meritocracia y capacitación técnica de
sus miembros. También se destaca la descentralización administrativa
implementada mediante la delegación de poderes hacia las provincias. En lo
educacional había que reconstruir el daño causado por la revolución cultural
que, al igual que nuestra noche de los bastones largos, había diezmado a los
educadores universitarios. Además, se
estableció un programa para que cientos de miles de estudiantes puedan formarse
en el exterior.
Otro
elemento fundamental del cambio fue el pragmatismo. “No me importa que el
gato sea negro o blanco, lo importante es que cace al ratón”, decía Deng.
Pero este pragmatismo no significaba abandonar los propósitos revolucionarios,
sino por el contrario permitir alcanzarlos mediante los ajustes requeridos por
el nuevo escenario mundial, preservando la unidad e identidad del Partido
Comunista Chino.[7] Al respecto confirma Martínez de Hoz: “…
Era obvio que, bajo la orientación de Deng Xiaoping, se había producido un
cambio en el enfoque político de la República Popular China, que se había
sobrepuesto a las diferencias ideológicas y daba prioridad a la solución de los
problemas prácticos, en orden a su crecimiento y progreso.”[8]
Pero
el fundamental motor y corazón de las reformas recaía en lo económico. Y en ese cambio de modelo se tomó una decisión trascendental. Había que
experimentar y transformar la economía en un escenario controlado. Había que
realizar los cambios estructurales de la economía progresivamente, y no en
forma inmediata. De ahí otra vez las palabras de Deng: “Debemos
cruzar el río tanteando las piedras”.
Esta progresividad permitiría testear y corroborar la viabilidad y resultados
de las nuevas medidas, antes de ser impuestas al resto del país.
Recién
en julio de 1979, el Comité Central del Partido Comunista Chino resolvió que
las provincias de Guangdong y Fujian serían las elegidas para comenzar una
nueva experiencia de modelo económico.
Así en agosto de 1980, las ciudades Shenzhen, Zhuhai y Shantou de la
provincia de Guandong se convirtieron en las primeras Zonas Económicas
Especiales (ZEE), seguidas en octubre de 1980 por la ciudad de Xiamen, en la
provincia de Fujian.[9]
Fue
a partir de allí que China comenzó a liderar por décadas las más altas tasas de
crecimiento de PBI del mundo, superando cualquier otro caso en la historia de
nuestros últimos 5.000 años. Fue a
partir de esa incipiente experiencia en escasas ciudades costeras, que China
logró en cuatro décadas, convertirse en la segunda economía del mundo, cerca de
superar a los Estados Unidos a finales de la presente década. En el año 1978 su
PBI era de 214.000 millones de dólares, mientras que hoy alcanza a más de
14.000.000 millones de dólares. Durante
ese proceso mutó progresivamente, tanto en lo espacial como en lo temporal, de
un modelo económico de planificación centralizada, monopolio estatal de los
medios de producción y aislamiento mundial, para convertirse en la fábrica del
mundo, para luego re transformarse en el centro global del consumo, logrando el
más rápido proceso de acumulación de capital de la historia de la
humanidad. Esto se refleja en la
inversión directa de China en Latinoamérica desde el año 1980.
¿Qué
podemos aprender los argentinos de este proceso?
¿Podemos
traducir algo de esa experiencia a los cambios que requiere Argentina en la
actualidad?
El
presente trabajo pretende estimular ideas para dar respuesta a estas preguntas,
haciendo especial referencia al principal driver del crecimiento chino,
las ZEE.
Tomamos
a las ZEE ya que éstas han hecho una contribución esencial al éxito económico
chino, aportando un porcentaje importante del crecimiento del producto bruto,
empleo, exportaciones, divisas e inversión.
Las ZEE permitieron el regreso a China de las inversiones extranjeras,
incluyendo inversiones de la importante diáspora de chinos alrededor del mundo,
pero principalmente de Hong Kong y Singapur.
Pero,
además, porque las ZEE permitieron desarrollar un proceso progresivo de
transformación, funcionando como experiencias testigo de los beneficios del
nuevo modelo económico, y de las nuevas instituciones y regulaciones requeridas
para regular ese modelo. A medida que se
comprobaba su éxito, se iba expandiendo al resto del país. Las ZEE fueron, al
decir de Deng, las piedras que fueron permitiendo lentamente a los chinos
cruzar el río. Como experiencias
testigo, las ZEE facilitaron la implementación gradual del nuevo modelo
económico, facilitando la prueba, error y corrección de cada implementación.
La
palabra “especial” en el término Zona Económica Especial refiere a un diferente
escenario regulatorio a aquél que aplica al resto del país, particularmente en
lo que hace a las reglas necesarias para atraer inversión privada a riesgo, y
para servir como punto de ingreso de nuevas tecnologías.[12]
Además,
las ZEE sirvieron como ejemplo palpable de los beneficios netos que las
regulaciones aplicables a tales zonas pueden tener en materia de empleo,
generación de divisas, entre otros muchos beneficios que han sido
esquematizados en el siguiente cuadro:
|
Beneficios Directos |
Beneficios
Indirectos |
Divisas por Exportaciones |
< |
|
Ingreso de Divisas por Inversión
Directa |
< |
|
Generación de Empleo |
< |
|
Impuestos |
< |
|
Crecimiento de las
exportaciones |
< |
|
Capacitación local |
|
< |
Testeo de reformas económicas |
|
< |
Transferencia de Tecnología |
|
< |
Demostración de Resultados de las
Reformas |
|
< |
Diversificación de Exportaciones |
|
< |
Capacitación comercial de empresas
locales |
|
< |
Y
como resultado veamos también la evolución del PBI per cápita de China:
Evolución
que en el año 2020 alcanzó los 10.839 dólares.
El
término “Zona Económica Especial” resultó de un largo debate dentro del Partido
Comunista Chino. No es una zona franca ni se refiere a una actividad económica
específica, sino que comprende un complejo de actividades productivas y de
servicios, dentro de un mismo espacio territorial y regulatorio. Esto las diferencias de las zonas francas de
exportación u otras alternativas, tanto en la diversidad de sus actividades
(mercado interno e internacional) como en su espacio geográfico más abarcativo.
La
mayor extensión territorial es una de las importantes diferencias de las ZEE
respecto de las zonas francas aduaneras, estas últimas muy en boga en aquella
época en Asia, a partir del comienzo de la aparición de cadenas de valor
integradas regionalmente, y el agotamiento en la región de los modelos de
sustitución de importaciones implementados en las décadas del cincuenta y
sesenta.
También
las ZEE se diferenciaban de las zonas francas aduaneras en que sus objetivos
eran distintos, aunque sus regulaciones y beneficios para los inversores podían
ser compartidos. Las zonas francas aduaneras competían para la atracción de
multinacionales ofreciendo paquetes de acceso a tierra, baja tributación,
libertad cambiaria, costos laborales bajos, etc. [13] Las ZEE, si bien podían compartir muchos de
estos beneficios y garantías, ofrecían algo muy distinto: invertir en China sin
estar expuesto al modelo económico chino imperante en ese momento,
absolutamente incompatible con la inversión privada a riesgo.
Su
propósito principal fue atraer inversión directa extranjera (FDI en sus siglas
en inglés), con el propósito de impulsar la producción de bienes y servicios
chinos, y el ingreso de nuevas tecnologías que reconstruyan el tejido
productivo del país.
Las
cuatro ZEE creadas en 1980 eran bastantes parecidas entre sí. Ocupaban grandes
extensiones territoriales, y contenían un nuevo ambiente regulatorio,
pragmático y compatible con los requerimientos de la inversión privada a
riesgo.
Shenzhen
era la nave insignia. Originalmente un pueblo de unos treinta mil habitantes,
con deteriorados edificios ocupando un área urbana de no más de tres kilómetros
cuadrados, que hasta 1980 carecía de semáforos para controlar el tránsito de
vehículos. Ya en 1981, la ZEE de
Zhenzhen capturaba el cincuenta por ciento del total de la inversión directa
extranjera en China, la mayoría del cual provenía de su vecina Hong Kong.
La
inversión producía un correlativo incremento en la demanda de empleo,
incremento de productividad e innovación tecnológica. Mientras China crecía a tasas del 10% en el
período 1980 a 1984, Shenzhen lo hacía a tasas del 58% anual. En el año 2006,
las ZEE representaban el 5% del producto bruto total de China, el 22% de sus
exportaciones, y el 9% del total de inversión extranjera. En materia de empleo, en ese año las ZEE
capturan unos 15 millones de trabajadores que representaban un 2% del total de
empleados.
Fuente: Shenzhen Statistics Bureau.
Las principales premisas del nuevo
ambiente regulatorio de las ZEE incluyen promoción impositiva, reducción de
burocracia, y libertad de repatriación de capitales y garantía de no
tributación sobre las exportaciones. Por
supuesto que otras medidas a nivel local complementaban este marco regulatorio,
incluyendo inter alia, herramientas tales como subsidios escolares para
atraer empleo calificado, etc.
Un
importante componente de las ZEE era su autonomía regulatoria. Entre los
beneficios, Shenzhen fue eximida de aportar recaudación impositiva al gobierno
federal durante un plazo de 10 años.
Pero más importante que esto, la autonomía incentivó a los gobiernos
locales a destinar recursos propios en infraestructura para recibir las
inversiones (caminos, telefonía, etc.), y también servicios para empresas, como
asistencia en comercio exterior, capacitación de personal, laboratorios de
pruebas, etc.
Esta
autonomía también permitió que los gobiernos estén atentos y den respuestas
regulatorias en tiempo oportuno a los distintos cambios económicos que ocurrían
tanto dentro de las ZEE, como en los mercados abastecidos por éstas. Ejemplo de
ello fue el cambio de foco productivo desde las manufacturas hacia la
innovación tecnológica.
También,
las ZEE contenían regímenes para las relaciones laborales, dando comienzo a
experiencias de libertad de empleo y remuneraciones, que más que precarizar el
empleo, resultaban en creación de nuevos empleos y mejoras salariales.
En el ámbito migratorio se flexibilizaron los permisos de trabajo para
expatriados.
Cuatro
años después de su creación, el éxito de Shenzhen estaba probado. Así el
gobierno chino resolvió expandir el modelo a otras catorce ciudades
costeras. En 1992 el modelo se expandió
a más ciudades incluyendo todas las capitales de provincia. Ya en 1994, China
implementó reformas de alcance nacional en materia impositiva, controles de
cambio y comercio exterior que se nutrían de las experiencias positivas logadas
en las ZEE, haciendo que las Zonas Económicas Especiales, ya no fuesen en China
tan “especiales”.
Si
bien es cierto que la historia China tiene muchas más diferencias que
similitudes con la historia argentina, mucho podemos aprender los argentinos de
la forma en que China implementó su cambio de modelo económico en la década del
setenta. No se trata de replicar recetas, ni mucho menos de esperanzarnos con
igualar sus resultados, sino de aprender de la forma de encarar el cambio,
particularmente cuando la Argentina se encuentra hoy, dentro de un escenario
económico, social y político, con características similares al caso chino de la
década del setenta del siglo pasado.
Al
igual que China en 1973, en lo económico estamos tocando fondo. Cerca de 50% de
pobres, difícil de digerir para quien en 1913 hubo de tener un producto bruto
mayor que el de Alemania y Francia y el 50% del total del producto bruto de
Latinoamérica, y que en 1970 tenía el mismo producto bruto que Brasil.
Al
igual que China en los setenta, existe en Argentina un pasado de riqueza, que
genera una fuerte demanda de no conformarse con los estándares de vida
impuestos por los tiempos de pobreza. Si bien esta demanda ha tenido hasta el
momento el efecto negativo de impulsar políticas cortoplacistas de bienestar
inmediato a costa del futuro, hoy esas alternativas cortoplacistas ya no están
disponibles, mientras que la demanda social persiste.
También
al igual que China, que en aquella época llevaba más de tres décadas de haber
alcanzado la tan anhelada unidad, la Argentina también lleva más de tres
décadas de haber alcanzado la tan anhelada democracia. Pero también al igual
que China en 1973, el sistema político se encuentra seriamente comprometido por
sus recurrentes fracasos en recuperar una senda de crecimiento de largo
plazo.
Los
más de setenta años de recurrentes fracasos, demuestran que la salida de los
problemas macroeconómicos de la Argentina no es fácil, ni puede hacerse de un
día para otro. Tan difícil como implementar medidas de atracción de capitales
en un país de economía planificada centralizada, es salirse de una estructura
industrial creada hace más de setenta años a partir de un modelo de sustitución
de importaciones incompatible con la actual economía global. Los ciclos recurrentes de apertura y cierre
de la Argentina, ya han dejado de durar diez años, y ahora tan solo duran de
tres años o menos. Para cada ciclo, tenemos dos fuerzas políticas que se culpan
recíprocamente del fracaso del otro, sin que ninguna demuestre capacidad de
sacarnos de él.
La
experiencia china de la década del setenta, también nos enseña que estos
cambios solo pueden realizarse si se cuenta con suficiente poder político. Si bien el pueblo chino presionaba por un
mayor bienestar económico, la clase política aún no estaba alineada con esos
cambios. En la China de los setenta, gran parte del poder político
buscaba continuar profundizando el modelo. Deng consiguió
acumular poder desmantelando los vestigios de la Revolución Cultural y
rehabilitando sus víctimas. Además, la opción de profundizar el modelo tenía sus propios riesgos e
inconvenientes, incluyendo la presión social para salir del empobrecimiento, y
que la revolución cultural había aniquilado la burocracia necesaria para
dirigir y administrar una economía planificada. Así, al decir de
Fernández Díaz, las palomas del Partido Comunista Chino pudieron vencer a sus
halcones. La Argentina tiene dos fuerzas políticas antagónicas, que, a
diferencia de China, ninguna puede aniquilar definitivamente a la otra. Cada
una tiene sus halcones y sus palomas. La
prevalencia de los halcones es lo más fácil: La solución pasa en insistir con
el viejo modelo, construyendo sin la otra fuerza política. Más difícil es la posición de las palomas:
Apoyar un cambio estructural de modelo que requiere necesariamente del apoyo
opositor. Pero hoy existe una chance
para las palomas. Al igual que China en aquella época, existe una
presión del pueblo que impacta en ambas fuerzas políticas forzándolas a
encontrar un camino de crecimiento de largo plazo. No hay más lugar para caer en la tentación de recetas cortoplacistas, ni hoy
tenemos forma de financiarlas.
¿Cómo
lograr entonces ese necesario poder político?
La única posibilidad es lograr que ambas fuerzas políticas acuerden un
marco regulatorio que sostenga un nuevo modelo de crecimiento económico. Tal
acuerdo sería utópico en un escenario de implementación inmediata. Es más, la
historia argentina ya demostró que la misma sociedad, tampoco está lista para
asumir en forma inmediata, el impacto de cambios estructurales profundos. Por eso, como sucedió con los cambios en
China implementados limitadamente dentro de las ZEE, ese acuerdo solo es
posible en la medida que el mismo sea implementado inicialmente para
determinadas actividades económicas, que, por sus características propias, se
diferencian del resto en generar más beneficios para el país en inversiones,
empleo y divisas, que lo que representan los impactos adversos que todo cambio
estructural inevitablemente conlleva. Avanzaremos más sobre este gradualismo
más adelante. Lo importante aquí es destacar que el poder necesario para
implementar los cambios estructurales en la Argentina requiere necesariamente
de un acuerdo entre sus fuerzas políticas antagónicas, y que ese acuerdo solo es
posible si los cambios estructurales se aplican gradualmente, y no en forma
inmediata para toda la estructura productiva nacional. Además, el acuerdo es condición necesaria del
cambio, ya que la historia argentina desde la vuelta de la democracia enseña que
todo lo que construye una de sus fuerzas políticas, la otra lo destruye. Esto
hace que cualquier propuesta de cambio estructural tomada en forma unilateral
por una fuerza política, carezca de probabilidades de sobrevivir en el largo
plazo. Esta es otra razón de la
necesidad de un acuerdo entre las dos fuerzas políticas predominantes. Ambas
son conscientes, sin decirlo, de su propio fracaso, pero ninguna está dispuesta
a permitir que sea la otra quien prevalezca. Así, un acuerdo entre ellas les
permitiría dar respuesta a la demanda social de un mayor bienestar económico,
sin tener que aniquilarse entre sí. “No
me importa que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace al ratón”
decía Deng. Ninguna de las dos fuerzas políticas está en condiciones de
despreciar esta oportunidad.
Y
la conclusión más importante que surge de la experiencia de China, es la
necesidad de avanzar de a poco, tanteando las piedras como decía Deng. Así lo hizo China con las ZEE, escenarios
regulatorios experimentales que, a medida de su éxito, se iban ampliando para
finalmente cubrir todo el territorio chino.
La posibilidad de aislar ciertas actividades económicas de los problemas
macroeconómicos argentinos parece ser hoy, la única alternativa, cualquiera sea
el gobierno de turno, para mejorar las condiciones de vida de los argentinos.
Todas las experiencias cortoplacistas del pasado ya han probado fracasar en el
largo plazo; y, además, hoy el oportunismo de cualquiera sea la fuerza política
en el gobierno, carece de espacio para crear un ambiente de bonanza, ni
siquiera de corto plazo.
Las
ZEE sirvieron como vanguardia de los cambios estructurales, permitieron validar
los cambios antes de que su impacto se sienta en el corazón de China y sus
sectores más vulnerables. Además, sirvieron como laboratorio de testeo de las
nuevas experiencias regulatorias para atraer capitales, y recibir y procesar
nuevas tecnologías. También dieron señales y garantías a los inversores que, en
ese espacio regulatorio, se respetarían en el largo plazo las necesidades de la
inversión privada a riesgo. Finalmente, permitieron a la clase política testear
tales nuevas herramientas regulatorias, aun sumamente debatidas en aquel
momento, dándoles la oportunidad de traducirse en normas concretas, vigentes,
ejecutadas y que finalmente demostraron sus beneficios, revalidando a la clase
política que arriesgó en ellas.
A
diferencia del caso chino, no son los espacios territoriales en donde debe
jugarse el nuevo partido, sino que en Argentina se trata de nuevos espacios
regulatorios por actividad económica. A diferencia de China, Argentina no parte
de una ventaja competitiva global en materia de mano de obra barata y un
mercado potencial de consumo ilimitado, sino que parte de sus recursos
naturales y su mano de obra calificada, particularmente en lo que hace a la
actividad de la economía del conocimiento. Pero, así como los propósitos de las
ZEE se diferenciaban de las zonas francas aduaneras, las herramientas
regulatorias y beneficios de las ZEE, de las zonas francas o de lo que deberían
ser las Actividades Económicas Especiales de la Argentina, son sustancialmente
similares. Como el caso de las ZEE chinas, la Argentina necesita crear espacios
de inversión que no estén expuestos al modelo económico imperante en el resto
del país, que como en la China de aquel momento, es absolutamente incompatible
con la inversión privada a riesgo.
Al
igual que el caso chino, la nueva regulación económica debe ser gradual y no
debe aplicarse en forma inmediata a toda la economía, si es que no queremos
volver a experimentar los fracasos del pasado.
“Debemos cruzar el río tanteando las piedras”. Como China tenemos
que empezar a crear espacios regulatorios para determinadas actividades
económicas, que atraigan inversiones nuevas, generen empleo, ingreso de
divisas, exportaciones de bienes y servicios e innovación tecnológica. A partir
del éxito de estas experiencias, recién ahí ir trasladando la nueva regulación
y sus beneficios al resto de la economía.
Al
igual que el caso chino, la nueva regulación para estas actividades económicas
especiales deben incluir garantías de libertad cambiaria, estabilidad
impositiva, flexibilidad laboral y por supuesto garantías de no tributación
sobre las exportaciones. Los controles
cambiarios y los impuestos a la exportación impiden futuras inversiones
privadas a riesgo. La inversión privada a riesgo es aquella que no tiene
garantía del Estado o de un mercado cautivo obligado a pagar un precio
determinado. El desarrollo de Vaca Muerta a escala global, la minería, la
economía del conocimiento, son claramente inversiones a riesgo cuyos precios
dependen del mercado global y donde, ni el Estado ni una demanda interna
cautiva, garantizan el riesgo comercial de los inversores. Justamente al no existir esas garantías, es
una condición esencial para viabilizar las inversiones a riesgo de que el
gobierno garantice que no intervendrá en el derecho de los inversores de
comercializar el producto de la inversión, en los mercados que ellos decidan y
al precio que ellos negocien con sus clientes.
También
como el caso chino, es importante que los gobiernos locales beneficiarios de
las nuevas inversiones participen activamente en desarrollar en sus respectivas
jurisdicciones, ambientes regulatorios que permitan el mejor desarrollo de los
nuevos proyectos, la creación de clústeres y el desarrollo de pymes
locales que asistan a estos proyectos; y trabajen sobre los impactos sociales
que tales proyectos generen en sus comunidades.
Con las mismas incertidumbres iniciales que hubo en China, debe existir
una decisión pragmática y determinada, tanto del gobierno federal y de los gobiernos
provinciales, de apoyar el desarrollo de estas islas regulatorias, previniendo
que las iniciativas de un gobierno de turno sean desechadas por el siguiente
gobierno de turno, como ya estamos tan acostumbrados.
Otro
aspecto similar al caso chino es la importancia de la diáspora en el impulso
inicial de las nuevas reformas. Como vimos en el caso chino, el aporte
principal de inversiones a las ZEE, provino de conciudadanos chinos de Hong
Kong, Singapur y Taiwán. En el caso argentino, existen más de 200.000 millones
de dólares de argentinos en el exterior. Otra razón más que hace esencial un
acuerdo de las principales fuerzas políticas, ya que no existe marco
regulatorio que pueda dar confianza suficiente para que estos dólares se
reinviertan en el país, si no hay un acuerdo de las principales fuerzas en
cuanto a la inmutabilidad del régimen especial.
Hoy
las dos fuerzas políticas mayoritarias de la Argentina hablan de crear
ambientes regulatorios especiales para, por ejemplo, el desarrollo de Vaca
Muerta. Pues bien, esto demuestra que existe en la Argentina una incipiente
conciencia de la necesidad de un consenso para encarar el problema. Lo
importante ahora es desarrollar estas ideas de forma tal que realmente
produzcan una bisagra en la historia económica argentina. Es aquí donde la
experiencia China de la década del setenta nos ofrece grandes enseñanzas.
La experiencia China con las ZEE
recomienda:
·
Utilizar la seguridad jurídica como
principal herramienta de fomento de las inversiones, otorgando seguridad y
estabilidad jurídica a cada uno de los proyectos, viabilizando los mismos y
reduciendo el costo de financiamiento.
·
Contar con el poder suficiente para
realizar el cambio. En el caso argentino motorizarlo a partir de una ley votada
por las principales fuerzas políticas.
·
Aislar a los nuevos proyectos de
inversión, de la regulación aplicable en el resto del país, particularmente en
lo cambiario e impositivo, creando ambientes de inversión para actividades
específicas, que progresivamente se expandirán a otras actividades a medida que
demuestren sus ventajas y beneficios.
Las
actividades comprendidas deberán ser aquellas generadoras de cadenas de valor
dentro del territorio nacional, y cuya producción corresponda a bienes y/o
servicios destinados mayoritariamente al mercado externo. La inclusión de uno o más capítulos de
actividades comprendidas en la ley debiera también ser resuelta por el
Congreso.
Las garantías
fundamentales para los inversores deben incluir estabilidad fiscal, cambiaria,
y laboral. Asimismo, se deberá garantizar la estabilidad y firmeza de los
suministros de energía e insumos requeridos por los proyectos de inversión.
En
caso de afectación u otra medida que afecte los derechos de los beneficiarios
al régimen, deberán calcularse los perjuicios conforme el régimen de valuación
de daños aplicable en los arbitrajes de inversión.
Los respectivos
certificados o acuerdos de inversión deberán prever que las controversias que deriven del mismo o que guarden relación con
aquellos serán resueltas por arbitraje en una jurisdicción independiente.
Estas
concesiones en favor de los inversores en ciertas actividades aisladas son
comparables con las concesiones que tuvo que hacer la clase política China al
crear las ZEE. La contraprestación por las garantías otorgadas a los
inversores, es que estas inversiones se traduzcan en un crecimiento para la
Argentina, al menos mínimamente comparable al crecimiento logrado por China, a
partir de sus reformas estructurales de la década del setenta y la creación de las
ZEE.
[1]Eugenio Anguiano (2011) El estudio de China desde cuatro enfoques: histórico, político, internacionalista y económico. CIDE. Recuperado de https://cide.repositorioinstitucional.mx/j
spui/bitstream/1011/255/1/000104695_documento.pdf
[2] José Alfredo Martínez de Hoz (2014)
Más allá de los Mitos, Capítulo 7, Sudamericana.
[3] Más allá de los Mitos, pág. 148.
[4] Más allá de los Mitos, pág. 153/4.
[5] Más allá de los Mitos, pág. 166.
[6] Marcus
Vinicius de Freitas (2019) Reform and Opening-Up: Chinese Lessons to the World,
Policy Center for the New South. Recuperado de https://www.policycenter.ma/publications/reform-and-opening-chinese-lessons-world
[7] Marcus Vinicius de Freitas (2019)
Reform and Opening-Up: Chinese Lessons to the World, Policy Center for the
New South. Recuperado
de https://www.policycenter.ma/publications/reform-and-opening-chinese-lessons-world
[8] Más allá de los Mitos, pág. 158/9.
[9] Yue Man Yeung y Gordon Kee (2009),
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recuperado de https://www.researchgate.net/publication/250171932_China's_Special_Economic_Zones
[10]
Enrique Dussel Peters (2021), Monitor de la OFDI china en América Latina y el
Caribe.
[11]
Enrique Dussel Peters (2021), Monitor de la OFDI china en América Latina y el
Caribe.
[12] Victor F.S., Fit (1985), The
Special Economic Zones of China: A new type of export processing zone?, The
Developing Economies, XXIII-1, 1985.
[13] Victor F.S., Fit (1985), The
Special Economic Zones of China: A new type of export processing zone?, The
Developing Economies, XXIII-1, 1985.